jueves, 19 de mayo de 2022

¿Lo hago?


¡Puta! Este lugar me asfixia… el olor a cloro… las paredes blanco amarillentas y descascaradas… el crujido del picaporte, extendido por el chillido que a medio abrir dejaba afónicas a las bisagras; la sombra femenina en el umbral que se metía a la pieza y la presencia de esta mujer a los pies de mi cama.

—A ver; sácate la camisa  

—¡No puedo! —le dije mostrando mis manos atadas a ambos lados de la cama.

Sus labios dibujaron una Gioconda sonrisa y avanzó dando pasos pausados… disfrutaba cada movimiento sin quitar sus ojos de los míos… tomó una tijera de la bandeja a un costado y se dispuso a cortar las mangas de mi camisa.



—Cuéntame; ¿hiciste lo que te pedí? —dijo casi con ternura. 

—más o menos…

—¿Cómo? Las cosas se hacen o no se hacen. 

—Lo que pasa es que no lo hice todos los días —me excusé.

—¿Cuántos días lo hiciste?

—Lo intenté 

—Está bien, ¿Cuánto lo intentaste?

—Ayer y hoy.  Suéltame y te lo diré

—No no no… tú sabes que eso no es posible aún. Cuéntame, ¿Qué paso ayer? 

 —Por la mañana, muy temprano, había un bus naranjo en mi puerta, no cuestioné cómo; pero allí estaba justo fuera de la puerta de mi departamento en el cuarto piso. Subí, pagué mi pasaje y el bus echó a andar bajando los escalones del edificio. Giró a la derecha por Santa Juana y no paró hasta Avenida Costanera. Allí subió una veterana con bastón, enfundada en un largo chaquetón beige y calzando unos bototos de goma celestes. Pensé, por su dolorosa apariencia y su caminar pausado, que se sentaría en el primer asiento, pero, no, aun cuando el bus estaba vacío, se dio el tiempo de caminar hasta el último lugar de la fila y sentarse a mi lado.  —Permiso joven —me dijo. 

Al pasar, me pisó el pie con el taco aguja de su calzado rojo y su falda Bondage, de cuero negro, se levantó levemente dejando ver su rodilla y muslo satinado. Sus ojos delineados y profundamente negros me miraron y sus labios rojos cuestionaron;

—Cuéntame; ¿hiciste lo que te pedí?

 En ese momento el Bus Naranjo frenó bruscamente y desperté…

—bien, muy bien — dijo la mujer, con las tijeras en la mano, y comenzó a cortar el pantalón de mi pijama. Mis pies, al igual que mis manos, estaban atados al marco metálico de la cama y sentí la tijera fría llegar a mi ingle. 

—Y, ¿Cuéntame de hoy? —

—¿Hoy?...  …Hoy, muy temprano en la madrugada, ella llegó y entró sigilosamente.  Caminó, sus pezuñas sonaban agudas sobre  la madera del suelo de mi habitación, y se sentó a los pies de mi cama. Su liso cabello oscuro se perdía en el cuero negro de su atuendo Bondage y volvía a aparecer en las ventanas del Traje BDSM que dejaban al  descubierto la voluptuosidad de sus senos. 

A su boca roja,  enmarcada en una Barba tipo Van Dyke, llevó un cigarrillo, inhaló una larga pitada, giró su cabeza para mirarme y tirando el humo en mi cara dijo;

—¿Ya hiciste lo que te pedí?

—Desperté sobresaltado por el rechinar de las bisagras... y bueno, allí estaba usted doctora Torobares. 

–Entonces, ¿sí lo hiciste?…


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